domingo, 21 de febrero de 2010

Verdades a medias.

Las mentiras siempre huelen a alcohol, tabaco y, a veces, a corazón herido. Porque tanto lo uno como lo otro seducen pero sólo traen problemas y son, en sí mismos, la máscara de carnaval veneciano que siempre estamos dispuestos a llevar; lujosa, llena de misterio, decorada y cuidada hasta el extremo.
No he conocido nunca a nadie que no haya mentido. Ni espero que se dé el caso porque ni si quiera me molestaría en ironizar sobre el asunto. Todo el mundo miente. Porque todo el mundo, sencillamente, tiene algo que esconder, algo que ocultar, algo que preferiría olvidar, hacer como si no hubiese acontecido jamás.
Desde pequeños nos enseñan que no se puede faltar a la verdad, que hay que ser sinceros, valientes y afrontar los hechos. Luego, se nos mete miedo, se nos cuentan fábulas, se nos dice que nos crecerá la nariz y hay quien vive con ese tormento hasta que descubre que, los mismos que nos han castigado son los primeros que lo hacen. Y aprendemos que las pequeñas mentiras, aquellas que se justifican de piadosas no son más que eso, una simple, llana y burda justificación. Y ahí empieza nuestra decadencia, porque piadoso es algo tan sumamente relativo que hiere.
¿Quién puede decir qué mentiras son ciertamente en beneficio del que las recibe? ¿Qué beneficio queda si la verdad siempre sale a relucir? ¿Qué...? ¿Qué...?

La verdad os hará libres.


¿En serio? Y, ¿por qué nadie hace caso de ello y muchas mentiras nos reconfortan tanto como una taza de té caliente? ¿Por qué, incluso, nos sentimos liberados al mentir? Uno siente ese alivio tan peculiar cuando, en lugar de admitir sus verdaderos sentimientos culpa a terceros de aquello que hizo o no... no te llamé porque no tenía línea, no puedo quedar porque tengo que estudiar, no aprobé porque el examen era sumamente difícil, me he comprado estos pantalones porque los otros están ya muy viejos...
Y no hay narices para admitir que la línea funcionaba a la perfección pero que no estabas de humor para hablar, que no saliste ese día pero que ni de lejos estudiaste sino que perdiste el tiempo soberanamente, que el examen no era tan complicado y que de haberle puesto más empeño habrías aprobado sin dificultades, que los pantalones te gustaron desde un principio y punto...

¿Por qué necesitamos justificarnos todo el tiempo para no sentirnos
culpables?

Sin lugar a dudas, lo mejor está aún por llegar. Es el momento en el que tu interlocutor asiente con un cabeceo y dice aquello de desde luego que los de la compañía de teléfonos están siempre igual, tú no te preocupes y estudia que eso es lo que tienes que hacer ahora ya nos tomaremos ese café en otro momento, es que ese tío siempre pregunta lo más complicado y has tenido mala suerte, es que hay que renovar el armario y ahora con las rebajas...
Nos creemos las mentiras de los demás porque es mucho más placentero, más cómodo, menos doloroso aceptar esa sarta de sandeces y excusas manidas que admitir la realidad. O, de cuando en cuando, sabemos que no nos están diciendo la verdad, pero lo dejamos estar...
No es nuestra vida. No son nuestros problemas.
¿Quién no se ha autoengañado alguna vez?
La mentira más común es aquella con la que uno se engaña a
sí mismo.
Friedirch Nietzsche.
Tenemos esa necesidad imperiosa de sentirnos fuertes...
Y una mentira, sobre todo la que nos decimos en silencio, es un atajo tan tentador...
Y, como siempre, yo no miento... tan sólo digo verdades a medias.
Puede que esta sea una de ellas.
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Desde mi ventana: Todo está ya oscuro, aunque hay tres estrellas brillando, casi parecieran guiñarme en un gesto cómplice...
Suena: So Close - Jon McLaughlin
so close to reaching that famous happy end
almost believing this was not pretend
and now you're beside me and look how far we've come
so far we are so close

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