domingo, 14 de marzo de 2010

Cuatro paredes.

A veces te levantas y descubres que nada ha cambiado a tu alrededor.
Las paredes siguen exactamente igual que cuando te acostaste, cubiertas de fotos, de posters y otros recuerdos. Las partes visiblen aún necesitan una buena capa de pintura, y ya no hablemos de como urde ello en el techo. Haces cálculos mentales y descubres que la última vez que pintaste la habitación fue hace seis años, justo cuando empezaste a llamar mi cuarto a ese reducto de la casa. Y contemplas desde la cama, con los brazos extendidos por encima del embozo de las sábanas el desorden que impera, la mochila, los libros de la facultad, los apuntes, la ropa que ya no se sabe si está limpia o sucia, el bolso del fin de semana pasado, los zapatos, alguna que otra caja y cables que pueden ser tanto del portátil, como del mp4 o de cualquier otra tecnología.
Y te gusta.
Porque descubres en cada cosa tu propia huella, tu signo de identidad, la historia que la trajo un día, más o menos lejano al actual, hasta tu vida. Las fotografías te recuerdan un momento, cierras los ojos y divagas en aquel día, aquella comida en el parque, aquel paseo, el viaje a Madrid o el día de la madre. Luego están las fotos que no pueden contarte nada, pero que te hacen saber que aquello existió. Tú, de pequeña, tus padres de jóvenes, un paisaje donde nunca te has perdido.
Aún tumbada adivinas los títulos de los libros de la estantería, sonríes ante la trama, te asalta alguna frase la memoria, casi a traición, quizás sin más trascendencia que el simple hecho de acordarte, tal vez porque en el momento en el que lo leíste te impactó, te identificaste o lo aborreciste. Qué más da. El subconsciente lo retuvo y ahora le da por salir.
Después paseas la mirada en derredor, como si nada, deteniéndote en los cacharros que según tu madre lo único que hacen es acumular polvo. Una figurita, una vela, una flor de plástico o una lata. Sí, acumulan mucho polvo; en consonancia con el tiempo que llevan ahí, con el tiempo que hace que esa historia te marcó. Y, por un instante, te dan ganas de abandonar el calor de las sábanas y tocar, sentir, hacer vivo y presente aquel momento del que ya no sabes si lo que tienes es un recuerdo o el recuerdo de un recuerdo.
Pero no, no te mueves de la cama. Se está demasiado agusto, demasiado bien. Casi protegida. Y sigues mirando, y comprobando que cada rincón de la habitación sigue tal y como lo dejaste anoche, cuando cerraste los ojos intentando conciliar el sueño. Y sonríes porque reconoces que todo ese mundo es tuyo, te pertenece, tú lo has creado y tú puedes destruirlo.
Suspiras tranquila, sí, nada ha cambiado...
Pero, paradójicamente, cuando buscas la estabilidad y que todo siga exactamente igual, cuando necesitas reconocerte en lo que te rodea y saber que eres de tal forma por los archivos que guardas en el ordenador, por los libros que lees, por las fotos que tiñen las paredes de tu habitación... cuando, en fin, no eres capaz de encontrarte a ti misma si no es con la ayuda de esas pequeñas reminiscencias externas, es porque has cambiado.
Puedes no saber qué resorte de la mécanica de tu corazón ha hecho click lo ha desorganizado todo. Pero sabes que eso ha pasado.
Y ya no puedes seguir negándolo.
Es entonces cuando, con aire de fastidio, te das una última vuelta en la cama.
Oh, sí. Buenos días y bienvenida al mundo real.
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Suena: el trino de los gorrioncillos. Mi pájaro preferido, por cierto.
Desde mi ventana: el cielo, pero de un color extraño, una especie de azul plomizo que, sin embargo, refleja la luminosidad del sol oculto tras las nubes.

1 comentario:

  1. Todos necesitamos recuerdos para saber que fuimos y que es lo que somos ahora :)
    Isa tia, cada vez que te leo me quedo embobada... T.T

    Quieres ser un gorrión!!

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Pasen y vean.