Yo la he visto bailar para
deshacerse de la tristeza como quien deshace una trenza y se suelta el pelo, se
lo ahueca con los dedos y se olvida de que antes hubo algo que lo aprisionaba.
La he visto descalzarse y cerrar los ojos, como si pudiera mirarse por dentro y
decirle a su pena: «Aquí estás y qué poco tiempo te queda en mi pecho». Y luego
le ha sonreído como quien ve alejarse un autobús desde el andén y se sabe a
ratos nostálgico hasta que llegue el abrazo de vuelta. Ella despide así a su
tristeza: esperando su regreso.
Balancea su cuerpo tan arrítmico
como ajeno de los compases y de lo que pasa fuera de las paredes de su cuarto. Cualquiera
apreciaría las disonancias, pero qué poco importan para lo hermosa que luce en
cada vaivén y lo bien que le sienta esa suerte de exorcismo; como si llevara
varias vidas practicándolo. Y es que no es sencillo sacar a bailar a las penas
tan bien ni tan valientemente como lo hace ella: sabiendo que a una de las dos
le saldrán llagas en los pies. Pero yo que las he visto gritar y ser pura
violencia… ¡con qué sensualidad se seducen una a otra cuando danzan esa chica y
sus tristezas!
Y es que cuando ella baila, la pena
se sirve tres copas: la que celebra la victoria, la que festeja la derrota y la
del arrepentimiento; porque el triunfo del vencido siempre reparte cicatrices y
culpas. Y qué amarga es esa borrachera. Qué extraña sensación la de la derrota
triunfal, ese deseo necio de estar equivocado y, sin embargo, perseverar en la
búsqueda de la verdad; ese no querer ver nada y no poder evitar encender toda
luz. Quizás por eso es ella la que danza y deja que sea la pena la que beba, la
que se aturda tanto como para olvidar si el mareo lo causa el alcohol o sus
torpes y arrítmicas vueltas. Entonces le faltan rincones en los que acurrucarse
como una niña que ha perdido su peluche y tiene que contentarse con abrazarse a
sus rodillas. Pero, ¡ay cuando se levanta! En esos pasos no hay trompicones ni
torpezas; todo es camino, valentía y fuerza.
Yo la he visto bailar así y tú deberías verla porque
cuando ella baila se deshace la pena.
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Suena: Entre dos aguas, Paco de Lucía.
Desde mi ventana: los mares del sur y sus olas, pero también las chicharras.
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