jueves, 20 de octubre de 2016

Una historia triste

Yo nos había imaginado los domingos en el sofá, con alguna de esas películas de sobremesa alemanas de fondo, a medio camino entre la duermevela y el sueño profundo. Nos había visto recorrer de la mano ésta y otras ciudades, paseando por calles de las que luego nunca recordaríamos los nombres. Nos había encontrado con los botones de la camisa saltados y las bocas buscándose, erizando la piel y gimiendo nuestros nombres. Nos habíamos acariciado cuando las cosas fueron mal y dónde demonios están tus manos ahora, dónde está esa caricia que me pertenece, dónde estás tú, maldita sea. Ahora que los domingos tienen la televisión apagada y siempre sobra espacio en el sofá. Ahora que no te disculpas por pisarme cada dos por tres. Ahora que ya ni siquiera uso camisas y la caja de galletas danesas sólo está repleta de eso, de galletas.
-Nos habríamos enamorado de todos modos -dijiste y tu pulgar arrastró una lágrima fuera del contorno de mis mejillas.
-Puede ser -sonreí y me mordí el labio, tratando de contener la inundación en mis pupilas. Pero sonreí porque tenías razón, como casi siempre, y porque no me valía. ¿A quién podría haberle valido? Estábamos tan tristes que me daban más ganas de llorar y sólo atiné a respirar, a llenar mis pulmones de aire como si así empezaras a ocupar menos hueco en mis entrañas-. Puede ser -repetí porque no supe qué otra cosa decir.
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Suena: Photograph, Ed Sheeran.
Desde mi ventana: Malena asoma la cabeza por las rejas y menea el rabo tranquila. Al fondo, las nubes cubren la Sierra. El bochorno de la mañana está dando paso al fresco.

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